Reproducimos a continuación este artículo de Juan Manuel Berges publicado en la revista de la El Borrocal, nº 4 de Agosto de 2009.
La masada de la Ermita del Torrejón, un legado histórico artístico
Juan Manuel Berges Sánchez
La masada de la Ermita del Torrejón, ubicada en el término municipal de Orihuela del Tremedal lindando con el antiguo camino a Ródenas y el término de Motos, debe su nombre a que en sus orígenes en el siglo XVII fue efectivamente una ermita bajo la advocación de la Virgen María y a la denominación del paraje donde se ubica «El Torrejón», llamado así porque seguramente en tiempos más remotos existiría en dicho terreno alguna construcción fortificada hoy desaparecida.
En la actualidad, como muestran las fotografías con las que ilustramos el reportaje esta masada está como tantas otras en estado de abandono y amenazando ruina, un hecho que en este caso particular es más doloroso que en otras construcciones de este tipo en la sierra, porque al valor etnográfico se une un importante valor arquitectónico y artístico que podría perderse en el futuro.
No en vano, esta ermita de planta hexagonal y construida con piedra en mampostería y piezas de sillería de rodeno en las esquinas de los muros, está citada en la obra del arquitecto Antonio Almagro «Arquitectura Popular en la Sierra de Albarracín», en la que se destaca la cubierta de la ermita, que sigue la misma técnica de «par y nudillo» del artesonado de la Catedral de Teruel. Es según este autor y el también arquitecto Alfredo de Miguel, que realizó un estudio sobre esta construcción, uno de los pocos ejemplos que quedan en pie de como esta técnica constructiva se continuó usando con posterioridad al periodo propiamente Mudéjar de la Edad Media.
Del origen de la familia que mandó construir la ermita, los Fernández Rajo, debemos el esclarecimiento al presidente del Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín (Cecal), Juan Manuel Berges, que publicó un estudio al respecto que citamos a continuación.
La fecha de finalización de la construcción de la ermita, julio de 1605, nos viene dada por la inscripción en piedra caliza ubicada sobre el arco de medio punto en sillares de rodeno que daba paso a la entrada primigenia de la ermita, hoy tapiada, pues para su uso posterior como masada se abrió una puerta al sur justo al otro lado de la primera.
La traducción del texto de esta inscripción en latín insertada bajo el escudo de armas de los Fernández Rajo que también se puede ver en su antigua casa en la plaza del Ayuntamiento de Orihuela -conocida como la casa del arco- vendría a ser:
«El insigne Fernández juntamente con Beltrana consagran esta ermita a tí, Virgen Sagrada para todos los tiempos. Por eso Fernández y Beltrana desean retirarse cuando envejezcan a esta morada en la soledad, junto a tí, Virgen Sagrada».
El matrimonio al que se refiere la inscripción es, según nos explica Juan Manuel Berges, el formado por Úrsula Beltrán y el catedrático de Medicina de la Universidad de Valencia, Francisco Fernández Rajo, que llegó a ser médico de Cámara de Felipe II, además de un insigne matemático y astrónomo en su época.
El citado hombre de ciencia pertenecía al linaje de los Fernández Rajo, importantes notarios y ganaderos de Orihuela, que empiezan a aparecer en las crónicas municipales con puestos de responsabilidad política en el siglo XIV, desapareciendo de la localidad en el siglo XVIII, cuando aún se tiene noticia de algún notario con estos apellidos en Albarracín, nos indica el autor del estudio.
Durante los siglos XVIII y XIX la ermita comenzó a ser remodelada para su uso como masada, construyéndose la doble altura y las habitaciones que hoy subdividen la planta del inmueble, que en su origen debió ser diáfana. Durante un tiempo indeterminado, se mantuvo, no obstante, la talla de la Virgen original, hoy desaparecida y que era conocida popularmente en el pueblo como «Manuela».
A principios del siglo XX la masada de la Ermita era propiedad del hacendado cellano Martín Artigot que poseía a su vez otras masadas de la zona como la del Rayo, La Garita o El Endrinal y que posteriormente hizo fortuna en Pilar de la Horadada (Alicante), donde aún hoy existe la finca ‘Lo Monte Martín Artigot’ especializada en el cultivo y comercialización de palmeras y olivos.
En mayo de 1930 una familia de Bronchales compuesta por el matrimonio de Basilio y Manuela Hervás -compartían el mismo apellido- junto a sus cinco hijos adquirió la masada a Martín Artigot y se convirtieron en los últimos moradores de la Ermita, que fue abandonada en el año 1952, aunque sus descendientes continúan trabajando las tierras y el edificio pertenece al bisnieto de Basilio y Manuela, Pedro José Elena González.
Según nos concretan los nietos de Basilio y Manuela: Alejandra González Hervás, -que nació en la masada al igual que sus primos Damián y Juan- y Valero González Hervás, fue su padre Valero, marido de la hija mayor del matrimonio, Luisa, quien compró realmente la masada y luego la revendió a su suegro.
El visitante actual de la Ermita se pregunta cómo en un espacio tan pequeño podían vivir tantas familias, ya que en el piso inferior de la masada sólo hay dos habitaciones, a parte de la cocina con el horno y el piso superior se dividía en otras dos habitaciones: una alcoba y los atrojes o granero, que a la postre también servía para que durmieran los muchachos y para guardar el frito y los perniles.
En este espacio, vivieron Basilio y Manuela Hervás, su hija Luisa y su marido Valero con sus hijos, Lucinia, Manuela, Valero, Alejandra y Maruja.
También vivieron en la masada los otros cuatro hijos del matrimonio: Pepe, casado con Ovidia, Rogelio y su mujer María, Edelmira, casada con el a su vez hermano de María, Pascual y la benjamina Aurencia, que nació el mismo año 1930 en que se trasladaron a la masada y que casó con Gerónimo Barquero.
Durante su estancia construyeron una cuadra para las caballerías y demás animales junto al edificio original y un pajar en la era de al lado, hoy también en ruinas.
La familia tenía unas 300 ovejas que cuidaba un pastor contratado por su abuelo, según recuerda Valero, y que guardaban en la paidera de los Narcisos a unos cientos de metros de la masada «junto al camino de Rodenas y la mojonera de Motos», nos explica.
Cerca de esta paidera y también en las tierras de la masada se encuentra el Hoyón, celada cuyo lecho está roturado y se sembraba y segaba a mano, transportando la cosecha con burros que bajaban por una pequeña senda hasta que en los años 60 se excavó un camino para que pudieran bajar tractores y cosechadoras.
Para abastecerse de agua, la masada cuenta aún hoy en día con un pozo situado en el prado aledaño a la misma y que «nunca se ha secado», es más, en primavera el agua sobrante rebosaba a una balsa construida a tal efecto, indica Aurencia, que recuerda que su padre Basilio marcaba todos los inviernos el lugar donde se ubicaba el pozo con «un palo muy largo para poder distinguirlo entre la nieve».
Además del cultivo del cereal los masaderos sembraban lentejas, garbanzos, guijas para hacer gachas, y bisaltos o guisantes, todo ello para su autoabastecimiento. Por otro lado, cambiaban en el pueblo talegas (sacos) de trigo y liebres que cazaba con sus galgos el abuelo Basilio por otros productos de los que no disponían como puedan ser uvas y pimentón y especias para la matanza o bien los vendían para conseguir el dinero para comprar.
Para San Pedro (el 29 de junio), explica Alejandra, recogían los gamones con los que alimentar a las ovejas y cebar a los cerdos para tener una buena matanza y mondongo en invierno. El abuelo Basilio, recuerdan sus nietos, tenía un ingenioso modo de evitar que los ratones atacaran los perniles que se secaban en la cambra: colgaba sobre el jamón un trozo circular de hojalata y cuando el roedor bajaba por la cuerda y tocaba la lata, ésta cedía por su propio peso y lo hacía caer sin haber probado bocado. Hoy en día aún se pueden ver los ganchos, con los trozos de lata colgados en las vigas de la cubierta de la ermita.
La lana en aquel entonces no se cambiaba -sólo una pequeña cantidad en la fábrica de Tramacastilla por madejas ya hiladas para hacer jerseys, chaquetas y calcetines-. El resto «la compraba un comerciante de Santa Eulalia de la familia de los Pinedos a muy buen precio» recuerda Valero, «al contrario que ahora que esquilar una oveja cuesta 1,20 euros y el kilo de lana no vale más de seis céntimos», lamenta.
El trayecto a pie desde la masada a Bronchales -que era el más habitual para sus moradores-duraba unas dos horas, tiempo similar al que costaba llegar a Orihuela, pese a que la Ermita pertenece al término de este último municipio.
Alguna vez se subía al pueblo con caballerías, con las que también se acudía en romería a la ermita de San Cristóbal en julio. Para esta ocasión, recuerdan Aurencia, Alejandra y Valero, se enjaezaban las bestias con las mejores galas de flores y guirnaldas y era costumbre que los mozos portaran a lomos de su caballo o mulo a sus novias hasta la fiesta. A la vuelta se organizaba una carrera desde el cruce del empalme hasta el pueblo y el ganador tenía un premio.
También era una fiesta de guardar San Isidro Labrador el 15 de mayo, día en el que se realizaban concursos entre los vecinos como conseguir los surcos más rectos con las parejas de mulos enganchadas al arado. Con posterioridad, estos juegos pasaron a realizarse con tractores, aunque cada vez estas costumbres van cayendo más en desuso y en el olvido como la vida en las masadas.
Esperemos que la masada de la ermita y su importante legado artístico no siga esta suerte y pueda ser recuperado.
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