Reproducimos a continuación un artículo de M. C. Aguilar publicado el 13/5/2024 en Diario de Teruel en el que se resume la tesis doctoral de Raúl Ibáñez, presidente de CECAL.
FLUJO MIGRATORIO HASTA NORTEAMÉRICA A COMIENZOS DE 1900
Desde Francia y en grupo, así emigraron a EEUU la mayoría de turolenses en el s. XX
Raúl Ibáñez plantea en su tesis doctoral que ya existían mafias que captaban a los jóvenes
M. Cruz Aguilar, Teruel
La mayor parte de los turolenses que emigraron a Norteamérica en el primer cuarto del siglo XX eran hombres sanos, sabían leer y escribir y embarcaron, principalmente acompañados, desde puertos franceses. Este es el perfil que se desprende de la investigación realizada por el historiador Raúl Ibáñez Hervás en el marco de su tesis doctoral, que acaba de leer.
Una de las conclusiones que plantea el experto es que había redes que recorrían los pueblos captando pasajeros para los navíos, de los que eran cómplices, de ahí que la mayor parte de los emigrantes viajaran acompañados.
Además, les instruían sobre los requisitos que debían de cumplir, y uno de ellos era que supieran leer y escribir, algo no tan habitual en el medio rural a comienzos del pasado siglo. Precisamente el hecho de que las exigencias fueran más laxas desde los puertos franceses es lo que propició, dice Ibáñez, que el 52% de los turolenses se fueran hasta puertos franceses cuando tenían los de Valencia o Barcelona mucho más cerca.
Estos «ganchos» se movían por los lugares donde habían ocurrido desastres naturales y, compinchados con los navieros, animaban a la población a iniciar el viaje. Algunos incluso les ofrecían documentación falsa, indica Raúl Ibáñez, para facilitarles la salida. Los puertos españoles estaban muy vigilados y pedían un mayor número de requisitos, por eso los ganchos los desviaban hacia territorio galo.
Precisamente el análisis de los datos de los turolenses que llegaron a Norteamérica es una de las principales novedades que aporta la tesis de Ibáñez Hervás, puesto que hasta su trabajo los rastreos se centraron en las salidas desde puertos españoles, algo que, como se ha comprobado ahora, deja grandes lagunas.
El 30% de los viajeros turolenses partieron del puerto de Le Havre, aunque otros lo hicieron de Cherbourg, Burdeos o Marsella. En cuanto a los puntos de partida en España, se encuentran Valencia, con el 26% de los emigrantes, seguido muy de lejos por Barcelona, Vigo o Bilbao. Incide en que las mafias actuales que traen a los migrantes hasta España no son un fenómeno nuevo, ya funcionaban hace más de un siglo y contribuyeron a la emigración de los turolenses hasta Nueva York, California o Conneticut.
Llega a esta conclusión tanto por el hecho de que viajen en grupos como porque el millar de casos analizados se hospedan en su mayoría en Manhattan, en dos fondas regentadas por españoles. «Muchas de estas fondas eran como sucursales laborales a las que acudían en busca de inmigrantes los empleadores que necesitaban mano de obra», relata.
Los turolenses, al igual que ahora ocurre con los inmigrantes, ocuparon los empleos más duros en las minas de Bingham Canyon, en las de tungsteno o como pastores de grandes rebaños de ovejas y viviendo grandes temporadas en los montes de California. También ocuparon otros trabajos industriales, como la producción en cadena de la fábrica de coches que la Ford tenía en Detroit y de la que en esa época salió el Ford T. El salario era mucho más elevado y mientras en España en esos años se cobraba 1,30 pesetas al día el peón minero más bajo en el escalafón cobrara 3,20 dólares, más de 17 pesetas. Ello propició que muchos ahorraran dinero para luego invertirlo en España.
Los inmigrantes que atracaban en los Estados Unidos de América debían no sólo leer y escribir, sino también estar sanos y en posesión de 50 dólares, una cifra que descendía a los 30 dólares si contaban con familiares que pudieran ayudarles en esos primeros días. Era la forma de garantizar el pago de una pensión hasta encontrar un trabajo. También tenían que informar de quién era su persona de referencia en destino y la mayoría de ellos inscribían las fondas gestionadas por españoles en Manhattan.
El 85% de los turolenses hicieron las Américas acompañados y, la mayoría iban en parejas, aunque también hubo algunos que viajaron en grupos de 10, 11 o incluso 17 personas. El análisis del investigador es tan detallado que en su trabajo incluye hasta la «fuerza de arrastre» de lo que él denomina «pioneros o imanes», con una media de 2,63 personas.
La mayor parte de los emigrantes partieron sin familia, pero algunos viajaron con mujer y, de esos núcleos familiares, el 65% se fueron con hijos. En cuanto a los pueblos emisores de un mayor número de núcleos familiares se encuentran La Puebla de Valverde, con cinco, seguido de Mora de Rubielos, con tres, y Valderrobres y Libros con dos.
El grueso de los migrantes tenían 18 años, justo antes de que hicieran el servicio militar, que se realizaba con 21 años y muchos querían eludir puesto que el destino entre los años 1920 y 1927 era la guerra de Marruecos. El siguiente pico está en los 27 años, una edad avanzada si se tiene en cuenta, dice Ibáñez, que la esperanza de vida estaba en 40 años.
El año 1920 fue en el que hubo más movimientos migratorios desde Teruel, justo antes de que en 1921 entrara en vigor la Ley de Cuotas, que restringía en los Estados Unidos la entrada de más del 3% del censo de la población de españoles que estaba ya en Norteamérica en el año 1910.
Quince días para hacer un viaje en tercera clase que costaba lo que ellos ganaban en todo un año
El viaje hasta América del Norte desde los puertos franceses o españoles se prolongaba durante quince días.
Los emigrantes compraban billetes en Tercera Clase, que costaban entre 200 y 300 pesetas, cuando el sueldo de un jornalero en España era de 1,30 pesetas, por lo que necesitaban todo un año para costear el pasaje. La mayoría de los turolenses partieron entre los meses de agosto y noviembre, es decir, tras el fin de la cosecha.
En el cuestionario que rellenaban al llegar a destino les preguntaban acerca del tiempo que preveían estar allí. La mayoría respondía que esperaban estar entre 2 y 5 años, pero un tercio contestaban que su intención era quedarse de por vida en América.
Ibáñez ha elaborado 987 fichas personales que esconden toda una vida detrás.
Su recopilación va mucho más allá de los números y continúa creciendo día a día.
Para el historiador Raúl Ibáñez Hervás los 987 emigrantes que salieron de la provincia de Teruel en el primer cuarto del siglo XX hacia Norteamérica no son un número sino mucho más. Tiene contabilizadas casi un millar de personas, «pero no es una cifra», aclara, porque atesora de cada una ficha en la que se incluyen todos los datos que el investigador ha conseguido recabar y que le sirven no sólo para compartirlos con las familias, sino también para completarlos con las aportaciones que le hacen los propios descendientes.
Su implicación a la hora de ofrecer información a los familiares que necesitan saber datos de sus abuelos o tíos es absoluta y reconoce que, aunque son muchas las personas que le llaman para contarle sus propios casos, otras veces ha sido el trabajo de Ibáñez el que les ha servido «para enterarse de que su abuelo había estado en Nueva York». Y es que la figura del triunfador que llegó con mucho dinero y alardeó de ello, se alterna con aquellos los que ocultan esa etapa de su vida porque se sentían perdedores y ni siquiera relataron el periplo a sus más allegados.
La metodología empleada para la tesis, dirigida por Vicente Pinilla y Luis Antonio Sáez, ha sido novedosa puesto que las fuentes escritas se han alternado con las orales y la publicación de artículos tanto en España como en Estados Unidos le ha posibilitado contactar con descendientes. Además, ha realizado varias charlas en zonas calientes de emigración en ese primer cuarto del siglo XX para informar y, a la vez, ir completando sus fichas con historias vitales, documentos e incluso fotografías.
60 nuevos migrantes
La tesis doctoral se presentó hace un mes, pero el trabajo está en continua actualización, algo que por un lado llena de orgullo a Ibáñez porque supone que la información existente se va completando y ampliando, pero por otro le impide poner fin a un trabajo que ha absorbido su tiempo durante años. En este sentido, en apenas 15 días desde que presentó su tesis doctoral el número de personas que Ibáñez tiene contabilizadas se incrementó desde 927 a 987.
Plantea que la labor de búsqueda que él ha realizado está centrada en la provincia de Teruel, por lo que sería interesante que en otras provincias se desarrollaran trabajos en la misma línea con el fin de completar el panorama de la migración española hacia América del Norte.
Entre los documentos que ha podido recopilar gracias a que las familias los habían conservado y al rastreo en bases de datos americanas, están las fichas que les hicieron al llegar, pero también pasajes, certificados de matrimonio o bautismo.
El grado de detalle de la información recopilada es tal que sabe incluso que Cecilio Monterde fue el primero que entró en EEUU el 12 de mayo de 1907 o que tres turolenses, uno de Villel y dos de Villastar, desembarcaron como polizones el 14 de agosto de 1920 a bordo del navío Santa Isabel.
La mayor parte volvieron, otros decidieron quedarse y realizaron el denominado proceso de naturalización que se obtenía a los cinco años. También hubo muchos que murieron a consecuencia de enfermedades derivadas de los duros puestos de trabajo que desempeñaban, como la silicosis que afectó a algunos de los que se emplearon en las minas de Bingham Canyon. Raúl Ibáñez explica que algunas webs permiten localizar las tumbas de los emigrantes y, así, «cerrar el ciclo».
¿QUÉ LES IMPULSÓ A HACER LAS AMÉRICAS?
La falta de industrialización, las mejores condiciones salariales o el aumento demográfico, entre las causas
Entre las causas que impulsan a los turolenses a abandonar su tierra está el aumento demográfico que hace que de una misma explotación agraria, como las masías, no pueda vivir más de una familia. Además, el investigador Raúl Ibáñez, que acaba de leer su tesis doctoral, ha constatado que los lugares de los que más personas parten son aquellos donde hay un bajo nivel de industrialización.
En este sentido concreta que en lugares como La Puebla de Híjar y Santa Eulalia del Campo, donde en estos años se desarrolló la industria azucarera, apenas hay movimiento migratorio. Otros aspectos que influyeron fue la diferencia salarial, ya que allí los jornales eran hasta 16 veces superiores a los de aquí, aunque los trabajos entrañaban una gran dureza. Por otra parte, las cadenas migratorias propiciaron que, tras la salida de algún joven de determinada población, le siguieran amigos y familiares.
Ibáñez plantea que hay factores condicionantes, como la montaña o las duras condiciones climatológicas de determinadas zonas y precisa al respecto que buena parte de los que salieron lo hicieron desde zonas altas, mientras que la cifra de personas que emigraron desde los valles es menor.
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