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Cuando Teruel hizo las Américas

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Reproducimos a continuación un artículo de Luis Rajadel publicado en el diario Heraldo el domingo 20 de Octubre de 2024 que versa sobre la emigración de turolenses a Norteamérica a principios del siglo XX ―fruto de la investigaciones del historiador y actual presidente de CECAL Raúl Ibáñez para su reciente tesis doctoral― que próximamente veremos reflejado en un documental de la productora Prolight titulado  «Cómo conquistamos el Oeste y adónde nos llevó».

Una  investigación sobre historia local realizada en 2017 detectó en el padrón de Jabaloyas de las primeras décadas del  siglo  XX una insólita reiteración de naturales del municipio residentes en Bingham Canyon, una localidad minera del estado de Utah, en Estados Unidos. A partir de aquella pista, el historiador Raúl Ibáñez ha destapado un fenómeno migratorio entre las tierras altas de la provincia de Teruel y Estados Unidos que,  en el primer tercio de la pasada centuria, arrastró a 1.012 turolenses al otro lado del Atlántico en busca de su particular sueño americano. Un documental de la productora Prolight, en avanzado proceso de rodaje y que se estrenará en 2025, refleja aquel proceso.

Como legado cultural de la oleada migratoria a EE. UU.  quedan los recuerdos de decenas de familias  de  los principales pueblos emisores, como La Puebla de Valverde, Jabaloyas, Teruel o Camarena de la Sierra. Los descendientes de aquellos expatriados conservan como auténticos tesoros objetos llegados del  otro lado  del Atlántico, como fotos, documentos, maletas o útiles de trabajo. En Jabaloyas, el juego de cartas favorito es el póker, una herencia lúdica de los emigrantes, que en su inmensa mayoría regresaron a los pocos años con los ahorros obtenidos para rehacer su vida en sus pueblos de origen.

El rodaje del  documental «Cómo conquistamos el Oeste y adónde nos llevó» en los escenarios reales donde se produjo hace un siglo aquel fenómeno migratorio movilizó al vecindario de Jabaloyas, una localidad que actualmente tiene 74 habitantes, poco más de la mitad de los 130 emigrados a EE. UU. Principalmente trabajaron en las minas de cobre de Bingham Canyon, pero también de pastores en la vecina Idaho. El contingente turolense que llegó  al ‘país de las oportunidades’ se dedicó, siempre que pudo, a lo que mejor sabía hacer, cuidar del  ganado y trabajar en el campo.

Raúl  Ibáñez cuenta en la tesis doctoral que  acaba de publicar, ‘La emigración turolense a los Estados Unidos de América en  el primer tercio del  siglo  XX’, que la decisión de partir hacia Nueva York y viajar 10.000 kilómetros en busca de una vida mejor comportaba un notable esfuerzo económico que no estaba al alcance de todos. El pasaje costaba 400 pesetas, lo que obligaba «a trabajar todo un año y ahorrar el sueldo» para poder pagarse el billete de ida.

Además, los que  partían eran, en su inmensa mayoría, personas alfabetizadas, lo que no era habitual  en unas poblaciones donde el analfabetismo alcanzaba al 70% de la población. Según Ibáñez, el 86% de los emigrados turolenses sabían leer  y escribir, una  condición que,  a partir de 1917, fue imprescindible para entrar en EE. UU. El perfil del emigrante de la provincia de Teruel se completa con  el hecho de ser joven, varón, soltero y que, generalmente, se desplazaba en grupo con otros paisanos.

Los viajes se produjeron a partir de una primera oleada de salidas en torno a la primera década del siglo XX y por el efecto de las ‘cadenas de emigración’, en las que los familiares o amigos asentados al otro lado  del Atlántico animan a sus parientes y conocidos de Teruel a probar suerte. El principal reclamo son los sueldos que pueden ganar, que multiplican por 10 y hasta por 15 el salario turolense, que  rondaba hace un siglo  las 1,4 pesetas diarias, frente a las 12 y hasta 21 de EE. UU. Los emigrantes turolenses partían,  sobre todo, de los puertos franceses del  Atlántico, en detrimento de puntos de embarque más  cercanos, como Valencia o Barcelona. Raúl Ibáñez cuenta que el motivo de esta  elección es que el viaje  hasta la isla de Ellis  –la principal puerta de entrada en EE. UU.– era más corto desde las costas francesas, porque duraba entre ocho y diez  días,  frente a los más de 20 que se invertían saliendo de los muelles de la costa mediterránea española. Apunta, como otra posible causa de esta elección, que muchos de los que partían  huían del hambre, pero también del  servicio militar que  podría  llevarles a la interminable y sangrienta guerra colonial del norte de África. En los puertos franceses eludían los controles gubernamentales para evitar la espantada de los deberes militares. Aunque el principal foco  emisor  está  en el sur  de la provincia turolense, también hubo salidas significativas desde otros puntos, como la comarca del  Matarraña, de donde partió, por ejemplo, Ramón Segura, que  décadas más adelante sería presidente de la Diputación Provincial de Teruel con la II República, un cargo que  le costaría la vida  en los primeros compases de la Guerra Civil.

En total, 78 de los 236 municipios turolenses, un tercio, vieron partir a vecinos camino de la tierra de promisión de Norteamérica. El objetivo era trabajar y ahorrar para regresar a los  pocos años con  un capital que  les permitiera encarar una  nueva vida en  los  pueblos de  nacimiento, aunque en muchos casos el traslado  fue definitivo.

La peripecia de la emigración, condicionada por  la llegada a un territorio cuya lengua desconocían  los turolenses, muy  lejos  de sus hogares y para realizar oficios muchas veces nuevos para ellos, ha quedado reflejada en numerosos  testimonios que  recogerá el documental. La odisea también ha dejado huella escrita, como el libro  de memorias ‘Historia de un emigrante’, que permanece inédito. Fue  escrito por  Vicente Mínguez, de La Puebla de Valverde, y en él rememora su estancia en EE. UU. y México junto a dos  de sus hermanos, Demetrio y Bernabé. El texto, escrito a máquina, fue descubierto casualmente por un nieto de Vicente en un desván.

El relato cuenta que los hermanos regentaron distintos negocios y se integraron en la sociedad estadounidense. Sin embargo, siempre  que podía, la colonia española en California –uno de los destinos de los Mínguez– se reunía para divertirse y entregarse a la nostalgia. En una de aquellas reuniones,  el invitado estrella fue el tenor aragonés Miguel Fleta.

Justo Barea emigró en 1920 a California desde la Baronía de Escriche,  actualmente un despoblado del municipio de Corbalán. Trabajó, con otros turolenses, en la tala de las gigantescas secuoyas para fabricar tablas y tablones. Su nieto, Ángel Marco, conserva como un tesoro una  excepcional fotografía en la que aparecen retratados medio centenar de trabajadores de un aserradero californiano, entre ellos Justo. A Ángel le consta que familias de Gúdar-Javalambre  poseen la misma foto, probablemente porque también alguno de sus antepasados fue captado en la insólita imagen. En la familia de Fermín Yagües Ferrer, de Jabaloyas, la emigración a EE. UU. y México es un tema recurrente. Yagües Ferrer se ha embarcado en un proyecto de investigación para recoger en un libro las biografías del centenar de vecinos que emigró a Norteamérica, entre ellos su abuelo paterno y cuatro de sus hijos, uno de los cuales nunca regresó a su pueblo natal. El Ayuntamiento de Jabaloyas prepara un homenaje a los protagonistas del éxodo de hace un siglo. El acto tendrá lugar en 2025 e incluirá la inauguración de una escultura alusiva y también está previsto el hermanamiento con la localidad mexicana de Sassi  del Valle.

Fermín Yagües tiene 12 familiares repartidos entre EE. UU.  y México. «Desde que  nací  –recuerda– la emigración fue  una constante en  mi hogar». Relata que su padre, Máximo Yagües, no conoció a su progenitor, Pedro Yagües –abuelo de Fermín–, hasta que  cumplió los  12 años. En 1924, Pedro regresó tras una  estancia de 11 años en Idaho, donde trabajó como pastor. «Venía desde Teruel, donde había pasado la noche, a Jabaloyas y mi padre fue a recibirlo en  el camino con  su hermano mayor, Cristóbal. Al llegar al pueblo de la Mina,  ahora despoblado, un  vecino le dijo: ‘Mira, ese  que  ves  a caballo con una  camisa blanca es tu padre’. Porque no  le conocía, nunca le había visto.

La maleta que  Pedro Yagües usó en su viaje  de vuelta a España todavía la conserva su nieto y se ha utilizado durante el rodaje de «Cómo conquistamos el Oeste y adónde nos llevó».

La peripecia vivida por  los 1.012 turolenses que en el primer tercio del siglo XX cruzaron el Atlántico para ganarse la vida en Estados Unidos quedará recogida en el documental con aires de western «Cómo conquistamos el Oeste y adónde nos llevó», de la productora Prolight y que cuenta con el respaldo de Aragón TV. La docuficción, que incluye imágenes reales y también recreaciones, ha incluido rodajes en destinos de la oleada migratoria de hace un siglo, como los estados de Utah e Idaho, y México, donde los emigrados trabajaron de mineros y pastores, fundamentalmente, así como en las localidades de la provincia de Teruel desde las que tuvieron lugar las salidas. El equipo ha grabado durante dos días en Jabaloyas y también en La Puebla de Valverde y en Ojos Negros. El trabajo para la televisión se basa  en la investigación del historiador Raúl Ibáñez. Desde la productora destacan la implicación de los vecinos de Jabaloyas en el rodaje y, respecto a La Puebla de Valverde, la singular colaboración de la familia Izquierdo, que ha participado con la aportación de documentación «sensible» respecto de familiares que emigraron. La producción, que se estrenará en 2025, ha contado con el apoyo de descendientes de los emigrados, como Teodoro Pradas, Fermín Yagües, Josefina Soriano o Linda López, y también de estudiosos de la historia contemporánea del otro lado  del Atlántico, como Holly George, historiadora en Salt Lake City (Utah).

Los pastores vascos asentados en el oeste de EE. UU. desde el siglo XIX fueron el punto de partida para atraer a emigrantes turolenses a principios del siglo XX. Según la investigación realizada por Raúl Ibáñez sobre las salidas desde Jabaloyas hasta Utah e Idaho, el primer emigrado desde la localidad turolense que se ha documentado fue Bruno Monleón, que viajó en 1913 hasta Ogden (Utah) acompañado del vasco Román Mendiguren. Ambos tenían el mismo contacto en el destino. «Es posible que los primeros contactos de los emigrantes de Jabaloyas con el estado de Utah se produjeran a través de la relación con los emigrantes vascos. El pueblo vasco por aquel entonces ya tenía una gran tradición migratoria al oeste americano. Por tanto, es también previsible que, por medio de estos vínculos, animaran a emigrar a los jabaloyanos, cuenta Ibáñez. La común tradición pastoril vasca y turolense fue un vínculo que se estrechó con los matrimonios entre jóvenes emigrados desde Teruel y mujeres de la colonia originaria del País Vasco. Tras el inicio, vinculado a la diáspora vasca, las salidas turolenses se sucedieron por efecto de las ‘cadenas’ de emigración en las que un expatriado animaba a familiares y amigos a seguir sus pasos. Mucho más oscuro es el papel de los ‘ganchos’, encargados por agencias de captar trabajadores para EE. UU. y que se cobraban sobradamente su colaboración con quienes deseaban probar suerte en Norteamérica.

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Autor: Manuel Matas

Miembro de la Junta Directiva de CECAL

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