Reproducimos a continuación un artículo publicado en Diario de Teruel de 16/12/2019 de la jornada celebrada en Gea de Albarracín sobre la figura y obra de Manuel Polo y Peyrolon (1848-1918) organizado por el Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín con la colaboración del Ayuntamiento de la mencionada localidad y la participación de ocho ponentes expertos en la figura del ilustre profesor, escritor y parlamentario español vinculado a nuestra Sierra.
«El católico que amó Tapiasrrojas* y que defendió la educación en lengua vernácula.
Ocho expertos participaron ayer en el simposio sobre Manuel Polo y Peylorón de Gea de Albarracín
Odiaba con todas sus fuerzas a los anarquistas y los socialistas pero por la noche daba clases gratuitas en Valencia a obreros y personas sin recursos porque estaba convencidos de que la formación era la llave hacia una vida mejor; defendió en el Senado que la educación no debía ser obligatoria pero criticó hasta quedarse sin tinta los altos precios de los libros y las matrículas escolares, inalcanzables para las familias humildes; denostó a los darwinistas y nunca creyó en la evolución de las especies pero promovía el contacto y el conocimiento de la naturaleza y los animales; fue un furibundo tradicionalista reaccionario y conservador a ultranza, pero defendió que la educación se impartiera en la lengua vernácula de cada lugar, porque, como él mismo decía, “quien no ama a su patria chica difícilmente podrá amar su patria grande”.
Manuel Polo y Peyrolón fue un escritor, político y pedagogo lleno de claroscuros, con algunas líneas de pensamiento que hoy en día son del todo intolerables pero que, en otras, aportó puntos de vista que bien podrían contribuir hoy a mejorar nuestra sociedad.
Nacido en Cañete (Cuenca) en 1848 y afincado en Valencia, su familia materna procedía de Gea de Albarracín, donde pasó buena parte de su infancia con su tía tras la muerte de su madre, y donde siempre regresó durante largas temporadas cuando su estado de ánimo o los enconados enfrentamientos políticos del turnismo español del XIX así lo recomendaban.
Esta localidad, Gea, acogió ayer un Simposio sobre Manuel Polo y Peyrolón, escritor y parlamentario de cuya muerte se cumplen 100 años y con raíces en Gea, de donde procedía su familia materna. Ocho profesores, investigadores, historiadores y filólogos comparecieron en una maratoniana jornada en la que, a través de ponencias y comunicaciones, se profundizó en los diferentes aspectos de la vida y obra de Peyrolón.
El objetivo de la reunión fue conocer mejor, y más allá de prejuicios, una figura muy controvertida por su conservadurismo pero, quizá precisamente por esto, injustamente tratada por la historiografía. Según Pedro Saz, presidente del Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín, que organizó el simposio, “Polo y Peyrolón es alguien de quien todo el mundo en Gea ha oído hablar, y conoce donde está su casa, pero que casi nadie conoce realmente. Y si eso pasa en Gea, mucho más en el resto de la Sierra de Albarracín. Con diversos libros se ha ido divulgando su obra, pero hacía falta un simposio donde diferentes especialistas hablaran de sus múltiples facetas para darlo a conocer completamente, con sus claroscuros, que los tuvo como todo el mundo”.
Francisco Lázaro Polo, profesor de Lengua Castellana y Literatura que participó ayer como ponente, afirma que su moral católica y su conservadurismo político –militó en la Comunión Tradicionalista de los carlistas– le condenó al ostracismo en la historiografía, “por esa supremacía moral que parece que tiene la izquierda, que actúa como si todos los intelectuales tuvieran que ser de izquierdas”. Otro de los ponentes de ayer, el vicedecano de Pedagogía de la Universidad Católica de Valencia, Roberto Sanz, no duda de que Peyrolón era “ultraconservador y retrógrado”, pero “nunca ocurre que todo un pensamiento sea desechable completamente, y como pedagogo Polo y Peyrolón tenía algunas ideas que serían perfectamente aplicables hoy en día”.
Numerosas facetas
Una de las facetas más peculiares de Manuel Polo y Peyrolón fue, precisamente, sus numerosas facetas. El conquense destacó como escritor, con numerosas novelas y relatos costumbristas y moralistas, ambientados la mayor parte de ellos en la Sierra de Albarracín; como político, donde llego a ser uno de los principales portavoces del partido Carlista a finales del XIX y senador desde 1907 hasta su muerte, en 1918; y como pedagogo, enseñando Metafísica en la Universidad de Valencia y ocupando la cátedra de Psicología, Lógica y Ética del Instituto de Teruel entre 1 8 70 y 1879, etapa en la que produce una extensa bibliografía de carácter filosófico y moral.
Pero a Polo y Peyrolón le interesaron numerosos asuntos, “prácticamente estudiaba y se formaba una opinión sobre casi cualquier asunto del que se hablara en el mundo ” , explica Francisco Lázaro Polo. “En ese sentido era muy moderno, porque le interesaba todo, aunque lógicamente tenía sus prejuicios”.
Así, fue un incansable propagandista de la causa carlista. Se enfrentó ferozmente a Charles Darwin y a los evolucionistas, ridiculizando sus teorías en Parentesco entre el hombre y el mono libro escrito en 1878, 19 años después de la publicación de El origen de las especies y cuatro años antes de la muerte del propio Darwin. Culpó a la masonería de todos los males de España, odió casi de forma irracional a anarquistas y socialistas y, en los años previos a la Primera Guerra Mundial, se alineó con los germanófilos, partidarios de los imperios centrales a quienes consideraba gentes de orden, contra la alianza encabezada por Francia e Inglaterra, que para Polo y Peyrolón encarnaban el vicio y la corrupción que desangraban España.
El escritor
La de escritor y novelista fue, acaso, la vertiente más destacada de Manuel Polo y Peyrolón. Escribió un gran número de novelas, cuentos y narraciones, entre los que destacan Los Mayos: novela original de costumbres populares de la Sierra de Albarracín (1878), Realidad poética de mis montañas. Costumbres de la sierra de Albarracín (1873) o Alma y vida serrana, costumbres populares de la sierra de Albarracín (1910).
Excepto algunas novelas como Solita y los amores ciclotímicos o Quien mal anda como acaba, como recordó Lázaro, la mayor parte de su producción literaria estuvo ambientada o inspirada en la Sierra de Albarracín, que durante toda su vida consideró como un refugio de paz frente al vicio y la degradación de la gran capital.
Como buen autor del siglo XIX –Clarín lo hizo con Vetusta, Pérez Galdós con Ficóbriga y Orbajosa o Concha Espina con Luzmela– el de Cañete utilizó trasuntos para nombrar los pueblos de la sierra de Albarracín, que llamaba Fantápolis y definía como “el lugar de la inocencia”. Así, en sus textos hablaba de Tapiasrrojas (Gea), Vallermoso (Torres de Albarracín), Peñascales (probablemente Calomarde), Entrecastillos (Tramacastilla) o Cimbaral (Albarracín).
Su tema preferido en la literatura era el costumbrismo, la descripción de los modos de vida de los pueblos, habitualmente con fines moralizantes y afán apriorista. “Era muy consecuente con su militancia y en sus historias solo recogía aquello que a él le gustaba. Lo que no lo hacía desaparecer o lo estigmatizaba”, explica Pedro Saz, presidente del CECAL.
Entre sus escritos sobre ética y moral, destacaron títulos como Elogio de Santo Tomás de Aquino (1880), El cristianismo y la civilización (1881), Intervención de la masonería en los desastres de España (1899), Credo y programa del partido Carlista (1905), Curso de Psicología elemental (1879), El liberalismo por dentro. Diálogos (1895), El liberalismo católico sin comentarios (1906), Siempre en la brecha carlista (1907), Anarquía, fiera mansa (1908), La escuela primaria y el catecismo (1913), además del ya referido Parentesco entre el hombre y el mono (1878).
Pedagogo
Como profesor y pedagogo su actividad también estuvo determinada por el integrismo católico, aunque mantuvo posicionamientos que, en algunos casos, hoy en día se colocarían con facilidad en el platillo progresista del espectro político.
Así, defendió el modelo socrático de enseñanza, basada en un diálogo entre el profesor y los alumnos, y en la que la función del docente debía ser sobretodo interrogantes en la mente del alumno, sobre los que este reflexionara y planteara dudas en la jornada de clase siguiente.
También fue contrario a la enseñanza memorística, y en numerosas ocasiones sostuvo que entender el cerebro como un mero contenedor de datos y conocimientos era un grave error. Para él era más importante “educar en valores que en conocimientos, algo que ahora mismo está de plena actualidad”, según explicó ayer el doctor en Ciencias de la Educación Roberto Sanz, que recuerda no obstante que lo que Polo y Peyrolón entendía por valores y virtudes humanas “estaba completamente determinado por su catolicismo tradicionalista”.
También insistió en que la educación abusaba del uso de libros, y que era buena idea enseñar menos contenidos pero de un modo más efectivo al alumno.
Por contra, se mostró siempre partidario del castigo contra los alumnos, una práctica habitual en el XIX, aunque consideró mejor el privativo que el físico. En este sentido Polo y Peyrolón mantuvo que “siempre será mejor cortar una mala actitud a través del castigo, que dejarla pasar”, explicó Roberto Sanz durante una de las ponencias de ayer.
En los debates parlamentarios en el Congreso defendió que la educación no debía ser obligatoria, “porque él estaba en contra que el Estado pusiera en marcha unas escuelas y que los padres estuvieran obligados a llevarlas a ellas”.
Sin embargo también mantuvo posturas que pueden parecer paradójicas con su conservadurismo, al menos en la actualidad. Así, defendió el uso de las lenguas vernáculas y regionales en las escuelas, convirtiéndose en uno de los primeros que reivindicaron el multilingüismo en España –no hay que olvidar que el Carlismo es de origen foralista y reniega del centralismo afrancesado de los isabelinos–; y pidió que la Religión saliera de los colegios como materia de estudio –uno de los debates más absurdos y que más enconamiento provocan en la España actual, a pesar de que a priori debería estar resuelto con el 16.3 de la Constitución que proclama la aconfesionalidad del Estado, cuya calculada ambigüedad, por otro lado, cada cual reinterpreta a su conveniencia–.»
*Gea de Albarracín
FUENTE
Miguel Ángel Artigas Gracia | DIARIO DE TERUEL | Cultura y Sociedad | Domingo, 16 de Diciembre de 2018.
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