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| Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín

De enjambres y abejas: Arquitectura popular en la Comarca de la Sierra de Albarracín

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Continuando con la publicación de artículos conmemorativos en memoria de Juan Manuel Berges, reproducimos hoy uno de sus últimos trabajos dedicado a uno de los oficios tradicionales de la Sierra de Albarracín, la apicultura, cuya práctica se inició en tiempos prehistóricos y se mantuvo en numerosos municipio hasta mediados del siglo XX  y que actualmente se encuentran en peligro de extinción.

Resulta fascinante e impresionante no solo el rigor científico que Juan Manuel imprimió a este estudio –enumera hasta 42 notas biográficas  y agradece la contribución de  23 testimonios personales–, sino también el trabajo de de campo que hizo sobre un vasto terreno de nuestra serranía para encontrar la mayoría de los colmenares existentes –32 colmenares catalogados– aún estando en ruinas y ocultos entre la maleza en lugares recónditos para a continuación hacer un estudio histórico profundo con foco en los colmenares, ubicaciones,  tipologías, censos, aprovechamientos, datos económicos, etc., etc.

DE ENJAMBRES Y ABEJAS

ARQUITECTURA POPULAR EN LA COMARCA DE LA SIERRA DE ALBARRACÍN: LOS COLMENARES[1]

Juan Manuel Berges Sánchez

Aunque existen numerosos colmenares en la Comarca de la Sierra de Albarracín, en la mayoría de los casos su estado de conservación es deplorable, aunque todavía permanecen  en pie algunas construcciones interesantes que a través de una acertada y urgente labor de restauración podrían recuperarse.

Abandonados  a su suerte todavía son fiel testimonio de una actividad económica complementaria que antaño  contribuyó en parte al sostén de la economía tradicional de sus habitantes. Pero además  entre sus humildes muros se esconden los fundamentos de una cultura constructiva sencilla y funcional.

Con este artículo pretendo rendir un cálido homenaje  a quienes han practicado el noble oficio de colmenero y a la vez sensibilizar al lector y hacerle partícipe de una de las múltiples y variadas muestras de arquitectura popular que todavía permanecen  ignoradas en  nuestra  tierra, aunque  lamentablemente no exista un marco legal que regule su protección e impulse su recuperación.

La evolución  de la técnica  de recolección de la miel se ha desarrollado de forma simultánea a la aparición del ser humano, como  así queda reflejado  en tierras turolenses en las pinturas rupestres del Barranco de Vicien, donde se encuentra el Abrigo de los Trepadores y la cueva El Garroso (Alacón), o en zonas  no tan  alejadas  como  la Cueva de la Araña. Situada  en Bicorp (Valencia), pertenece al arte  levantino y ha sido datada entre   8000  a.C y 2000  a.C. Representa a dos hombres colgados de una soga  que  están  recolectando miel en una  oquedad rocosa.  O bien  la Cingle de la Ermita, en Barranco  Hondo  (Castellón  de La Plana).

Otras  pinturas que  han  alcanzado cierta  celebridad se  localizan  en  diferentes partes  del resto  del mundo, por  lo que  esta  actividad económica se ha etiquetado con  un  carácter universal:  el abrigo  de  Toghwana  Dam,  en  Zimbabwe, Elan Cave, Sudáfrica,  Bhimberkah, India, por poner unos  ejemplos.

La miel ha  sido  un  producto muy  demandado porque tiene  múltiples  aplicaciones prácticas. Una de  las más  conocidas  es su utilización  como  edulcorante. Aunque  ya se conocía, no  será  hasta  fines  del  siglo  XV  cuando se  desarrolle de forma  masiva la plantación de caña  de azúcar  en tierras europeas[2].

No es menos cierto  que  los sumerios  de  Mesopotamia fueron  el primer  pueblo que dejó constancia escrita, en documentos que  datan de unos  2.500 años  a.C, del carácter medicinal de  este  alimento para  curar  las heridas. El propóleo  lo obtienen las abejas de diversas plantas. Es una sustancia  resinosa  que  tiene  una  excelente aplicación en  medicina  por su elevado  poder cicatrizante.

No olvidemos que  antes  de que  llegase a los hogares la energía eléctrica,   la cera  que  elaboraban las abejas  para construir las celdas  era  empleada para  producir velas que iluminaban los recintos  del hogar, los espacios  públicos, así como  su uso  era  indispensable  para  la celebración  de  los actos  religiosos:  en  la propia  liturgia,  iluminación de  capillas,  hornacinas, imágenes… También se utiliza en la actualidad para  elaborar cosméticos de alta gama y pinturas de  calidad.  En la Sierra  de  Albarracín  se  elaboraba un  mejunje,  llamado aguamiel, que tras una cuidada cocción y retirar las impurezas, se comía con fruición, al menos en aquellos tiempos, como postre[3].

Por ello a lo largo de la historia los contratos de fincas rústicas propiedad del estamento eclesiástico  se establecían a censo  en una  determinada cantidad de cera[4]. También los propios aldeanos incluían  entre  sus últimas  voluntades una  partida de cera para  que  se iluminase  la iglesia durante el funeral[5].

La elevada  calidad  de la flora que  germina en la Sierra de Albarracín contribuyó a que  desde antiguo la apicultura fuese objeto de atención de sus pobladores, con rendimientos notables pues  una  colmena produce de  media  entre  18 y 40 kg. de miel (la trashumante)[6]. Sin embargo, Isidoro de Antillón ya advirtió que  la explotación de la miel no estaba desarrollada, a pesar  de que  en los montes de la Sierra de Albarracín  germinan plantas aromáticas de  gran  calidad  como  el romero, el cantueso, tomillo,  ajedrea, y el gayobazo, sobre  todo en Bezas, en Pozondón, que  en 1795  tenía  censadas 350  colmenas, y Ródenas. Respecto a Frías comentó que  la mucha  abundancia de flores terrestres que aquí se encuentra,  ofrece proporción para beneficiar colmenas de sitio, mientras sobre  la ciudad de Albarracín afirma que es país bueno para abejas en tiempo de primavera, por cuyo motivo los naturales se aplican a este ramo, y tienen más de 800  colmenas y hornos[7] .

Este problema todavía  no  se ha superado en  opinión de  un  economista de  los años  cincuenta del pasado siglo:

Hay más  colmenas fijistas (hornos, corchos, colmenas de  tronco) que  movilistas,  pues  el número  de aquéllas  es de 320,  por  273  de éstas,  lo que  da idea  del enorme atraso  de la Sierra de  Albarracín  en  materia  de  apicultura.  Puede  decirse  que  los apicultores  levantinos  son  los que  aprovechan la variada  y rica flora melífera de la Sierra de Albarracín, sin que  se haya sentido  la inquietud, por  parte  de  los serranos, de  adaptar sus conocimientos primitivos  de  apicultura  a las nuevas  normas de explotación, revolucionadas con la colmena movilista o de cuadros,  y lo que  es mas importante, de establecer unas  normas de mutua conveniencia para  los apicultores levantinos y serranos  a base de implantar una trashumancia apícola que  iría en beneficio de ambas regiones, y no como  ahora, de una  sola de ellas[8].

La abeja  se desarrolla  de forma  óptima en ambientes cálidos,  por lo cual su hábitat  está alejado  de lugares  fríos y húmedos. Al margen de este condicionante, como afirma Esteban Argudo,  colmenero consagrado de Peracense, es imprescindible que  donde  se instalan las colmenas exista una fuente  de agua y alimento suficiente[9], dos elementos que  favorecen la presencia permanente de las abejas.

En general, los enjambres se localizan de forma natural  en pequeñas oquedades de las paredes rocosas  que  están  orientadas hacia el levante, donde se recibe  la acción directa  de  los rayos solares,  como  hasta  fechas  recientes se advertía  en el roquedo de la presa  de Argalla (Tramacastilla), en Barranco  Hondo  (Rubiales), en las cavidades y albergues que  utilizaba  el tío Jorge de Bezas en el Rodeno o en su día en el Barranco  de  La Zorra de  Moscardón, o en las cuevas  de  la tia Manuela y las pequeñas galerías  que  se localizan en el entorno del Rollo de Calomarde.

El hombre se limitó desde antiguo a recolectar en estos escenarios rupestres, en los farallones  de  los roquedos, el fruto  del trabajo de  las abejas:  la miel. No tuvo, pues,  una  acción  directa  en ninguno de los procesos que  intervienen en la producción  melífera.  Todavía  esta  actividad nómada está  vigente en  algunos escenarios próximos a nuestro territorio, como  todavía  se advierte en los enjambres que  habitan en el rostro  del farallón de Peña Rubia, en las inmediaciones de la cola del pantano  del Arquillo.

Tras una detallada observación del minucioso trabajo de las abejas, el ser humano advirtió que podía mejorar e incluso multiplicar el aprovechamiento de esta actividad en su propio beneficio, con una sutil intervención que no interrumpiese el normal desarrollo de la organización interna del panel de abejas. Se van forjando así los principios de la apicultura, en la que  se especializó el hombre ampliando sus conocimientos con el paso del tiempo, a través de la observación y experimentación directas.

De una  localización  permanente natural  de los enjambres, pasamos a la instalación itinerante por  toda  la geografía de la mano del hombre de cajas, vasos o colmenas de muy diferente tipología localizadas  allí donde la flora es abundante.

Su pronto desarrollo  favoreció  la aparición de  conflictos  relacionados con  los propietarios del suelo (público  o privado)  donde estaban colocadas, con la licencia de  traslado,  la identificación  del propietario  en  lugares  poblados  o descampados, los daños en viviendas,  animales  o personas o la aplicación de impuestos a la actividad,  cuyos  principios  ya recogió el propio fuero  de Albarracín (siglo XIII). Destaca entre  su normativa la aplicación de las penas  fijadas por robo  a quien  hurtase las cajas de  las colmenas y la imputación de  300  sueldos  al que  destruyera el colmenar, sanción  que  se equipara al delito  por quebrantamiento de residencia, mientras los daños producidos por  las abejas  (muerte o  picadura) estaban sorprendentemente exentos[10].

El desarrollo  de la trashumancia y las abejas  ha estado estrechamente unido  a lo largo de la historia[11]. Tal es así que en aquellos  lugares  que poseen una flora de elevada calidad,  sorprende como  no siempre ha destacado la producción melífera por ocupar la trashumancia un papel  secundario, sobre  todo en las elevadas  cadenas alpinas[12].

En su marcha a los invernaderos meridionales los ganaderos de Albarracín llevaban  entre  sus aperos  los “vasos” o colmenas que  cubrían de miel al regreso. A pesar de las reclamaciones de los procuradores de Albarracín las autoridades del Reino  incluyeron este  producto entre  los aranceles del impuesto del General[13]. Unos escasos  apuntes de los Libros de Collida demuestran la inclinación  hacia este sector económico en la frontera castellano-aragonesa. En la aduana de Monterde declara Fortún  Sánchez  de Alustante  sendas  partidas de 12 arrobas  de miel en los ejercicios de  1447  y 1448. De la misma  forma  Pedro  de  Guadalajara manifiesta una  arroba en el puesto de Ródenas el 6 de marzo  de 1454.

La fabricación de colmenas de madera, materia abundante en los montes de Albarracín, dará  un especial  colorido  a las lomas donde quedarán instaladas; una  singularidad del paisaje similar a otras zonas montañosas privilegiadas  en cuyas tierras germinaba una  flora de las mismas  características y calidad[14]. Las colmenas se disponían a lo largo  de las zonas  propicias  para  su explotación. La toponimia en este sentido describe los colmenares como  parajes  donde se ubicaban las cajas que  daban cobijo a los paneles de abejas[15]. Así lo demuestra el hecho de que se citen unas colmenas conforme se realiza en  1492  el acto  de  visita de  la dehesa de  Tramasaguas,  propiedad del obispo. Y no hay lugar  en la geografía de la Sierra de Albarracín que  no haga  alusión a colmenar en alguna de sus acepciones: colmenarejo, colmenilla,  colmenar, hornillo… (que  no hay que  confundir con las colmenas de fuentes y manantiales).

Los documentos delatan que  esta actividad estaba muy desarrollada en la Edad Media   y proporcionaba unos  ingresos  adicionales a la economía de  los aldeanos. Aunque  en otro  ámbito, de ello nos da idea  la subasta que  realizaron  en 1491  los Reyes Católicos  de los bienes  de los moros  granadinos de Casares,  en cuyo  inventario se exceptúan 800  colmenas como  derecho[16]. Y no sólo a ellos pues  la oligarquía  urbana de Albarracín también estaba inmersa  en este  tipo  de negocio, como así se desprende del acuerdo suscrito  en 1510  entre  Juan Martínez  Teruel y Ximeno de Heredia,  sobre  la dote  aportada al matrimonio de la hija del primero, en cuya relación  se incluyen  tres colmenas[17]. En esta  actividad también estaban inmersos los mudéjares,  en  ocasiones  con   partidas  importantes[18].  En otros  ámbitos  su transformación fue una  importante fuente de riqueza[19].

Esta actividad complementaba las tareas  propias  del  pastoreo y de  las labores agrícolas.  Así se desprende de la comanda o depósito que  recibe  Antón  Valero, especiero  de Albarracín,  el 3 de diciembre de 1419, de Juan Amigo, su sobrino, que asciende a 806 sueldos,  para poder trasladarse a Valencia a aprender el oficio de especiero. Se detallan entre  otras   partidas: 34 florines de colmenas y ropas  y 16 sueldos del censo  de las colmenas (tal vez producto del arriendo)[20].

A su vez una  carta  de obligación fechada el 28 de abril de 1501  delata  el carácter cotidiano de la explotación colmenera. En dicho  contrato los compradores Pedro  Martínez  de Poyatos,  notario, Bartolomé de Pradas,  herrero, Pedro  Muñoz,  su hijo Juan Muñoz,  tejedores, Antón Hernández, Pedro Díaz, Francisco Muñoz,  sastre, y Juan Toro,  vecinos  de  Huélamo, hipotecan parte  de  sus bienes  por  la compra a Lluch Gregorio de Teruel, de una mercadería de lana valorada en 12.000 sueldos. Uno de ellos, Pedro Díaz, establece como  garantía sus colmenas y heredat e sus vacas[21].

Incluso miembros del clero estaban inmersos  en este tipo de negocio. Diego Hernández de Hierro, vicario de Noguera, suscribe el 12 de febrero de 1501  una letra de cambio  con Miguel Torrero, vecino de Zaragoza,  para la entrega de un Breve procedente de Roma. Como  garantía estableció  unas colmenas  de su propiedad[22].

En la mayoría  de las casas se colocaban antiguamente un puñado de colmenas en un caseto  muy  rudimentario junto  al corral.  Así quedaban integradas en el paisaje rural de las aldeas.  Bastaban dos muros  laterales  a pequeña altura,  hechos con piedra  del lugar,  unidos  por  unos  cabríos  alargados (llamados mozos)  que  sujetaban  las losas que  hacían  función  de tejado.

Pero  también las cajas solían  depositarse en  descampados, alejadas  de  los núcleos de población, para  aprovechar la flora del entorno, por  lo cual eran  habituales las reclamaciones por  robo  o por  la marca  del  verdadero propietario[23]. Julián Sánchez  Villalba, de Bezas, nos ha descrito magistralmente cómo  los vecinos  de su pueblo colocaban cerca  de las cerradas y fincas de labor  un puñado de colmenas, que podían atender a la par de las propias  tareas  agrícolas,  allí donde abunda la gayuba  y otras  plantas melíferas:  en  Los Puntalicos, Dehesas  Nuevas,  El Vago de  La Ventana o en los mismos  Callejones.  Los vasos se colocaban en un cobertizo aprovechando el desnivel  del terreno o en los propios bancales. El sistema  constructivo era muy simple.  Los laterales,  de menos de dos metros de altura,  estaban construidos  con  piedras  sobre  los cuales  descansaban varios cándalos o mozos  de madera alargados, donde se apoyaban las lajas de piedra  de rodeno o arenisca  que  protegían  las colmenas de las inclemencias del tiempo[24].

En tierras de la Corona de Aragón  y Castilla los propios concejos aprobarán ordenanzas para  regular  la actividad colmenera[25]  y para  favorecer  el desarrollo  de la apicultura, porque en  definitiva  su desarrollo  revertía  en  sus propias  arcas  municipales[26]. Si bien  es cierto  que  para  defender con  mayor  fuerza  sus intereses comunes, los colmeneros se agruparon en muy diferentes asociaciones, por lo que  siempre se les ha asociado a este  colectivo  un determinado carácter gremial[27].

En la Comunidad de Albarracín se pagan 6 sueldos  por cada  colmena en 1623, aunque observamos que  en determinados casos la tarifa fijada asciende a 8 sueldos tal vez porque tenían unas  mayores dimensiones. Los apuntes registrados corresponden a colmeneros de Saldón,  Jabaloyas y Moscardón, zonas  donde tradicionalmente se ha ejercido  la apicultura:

Cuadro_Colmenares_Cutanda

En el año 1950  estaban censadas 320 colmenas  fijas (a 200 pesetas)  por 273 móviles que generaban 600 pesetas, exactamente el triple. No es difícil pensar  que pronto las cajas móviles se impusieron sobre  los establecimientos fijos: los colmenares

Cuadro_Colmenares_Galindo

En este  sentido el aragonés Jaime Gil de  Magallón fue autor  en  el siglo XVI de uno de los tratados más importantes sobre la apicultura de todos los tiempos[28]. Precisamente en 1543  ya se constata el envío de abejas  al continente americano[29]. El hecho de que esta actividad tenga incluso actualmente una gran  relevancia, ha prodigado la edición  de una  serie de guías donde se plasman muy diferentes consejos a los colmeneros sobre  esta práctica[30].

En el siglo XIX se da un impulso  definitivo a la apicultura con la implantación de paneles y cuadros móviles, hojas de cera estampada y extractores mecánicos. También  los moldes de  las colmenas sufrieron  una  gran  transformación. En la actualidad  se utiliza la clase Perfección que  es una  variante  del modelo Langstroth, mientras  los pastores trashumantes se inclinan  por  el modelo Layens porque facilita el traslado, es más compacto y manejable.

Hoy en día, como  en el pasado, son pocas  las personas que  se dedican al viejo oficio de colmenero. Sin ánimo  de ser exclusivo: Basilio Roca de Pozondón, Carlos Sáez y Octavio  Bujeda de Albarracín, mis amigos  de las masías de Toyuela y El Perduto… Algunas familias se han  especializado en la apicultura aplicando los ocultos saberes  que  se han  transmitido generación tras generación. Es el caso del linaje de los Martínez  de Calomarde, representado en la actualidad por Lucas. Su tatarabuelo Gregorio  y su tío Pedro  Juan, entre  otros,  fueron  quienes forjaron  los cimientos de una actividad melífera ancestral de carácter familiar. Mientras, la familia Tarín de Bezas, nos ha legado casi intacto su colmenar. Eliseo Tarín construyó un auténtico museo al aire libre donde se interpreta con  absoluta sencillez los complejos mecanismos  que  rodean el tratamiento de las abejas  y de la miel. Una obra  personal que respira   la sensibilidad de un enamorado de las abejas  por cada  rincón  de su cerca. Su hijo Juan siguió hasta  fechas  recientes los pasos  de un consagrado maestro colmenero. Prácticamente en Bezas todos sus vecinos tenían una docena de colmenas que  les reportaban unos  dineros  extra  a su economía. El tío Braulio, el tio Jorge, Julián y otros  muchos de una  larga lista. Otros  como  los Navarro,  Tío Torero,  los Médicos o Brinquis, Egeda, tío Caguetos, Tio Pina “Caraestaca”, el tío Americano, Quico Cochero, todos ellos de Albarracín,  Demetrio de la masía  La Cañada (Royuela), Tana en Jabaloyas, Puerto  (Noguera), Los Chatos  (Pozondón), el tío Polillo (Tramacastilla), el tío Zacarías, Manolo  Sabio, Isabel, Aranda y Domingo, Pompas, estos últimos de Ródenas… han  formado parte  de ese elenco  de colmeneros que  en su día se prodigaron en la Sierra de Albarracín.

Hace más  de  cien  años  estos  colmeneros como  otros  tenían unos  pocos  vasos de  colmenas, apenas una  veintena, adosados a su propia  vivienda,  con  un  rudimentario techado de teja similar al sistema  utilizado  en el Pirineo (en este  caso losas). Era una  actividad complementaria, de  carácter doméstico, como  lo es hoy el trabajo en el huerto, la corta  de leña en el monte, la actividad cinegética… Con sus ingresos  se podían permitir  algún  dispendio. Incluso algunos colmeneros llegaron a vivir exclusivamente de la miel que producían sus abejas.  Gozaron así de una cierta independencia económica. Pero para  ello muchos colmeneros como  Lucas Martínez  de Calomarde, transportaban sus cajas, en ocasiones rondando el millar, con un  enorme sacrificio por  toda  la geografía del país, hasta  sitios tan  alejados  como Almería, Sevilla o Salamanca. Fueron  herederos de otra cara desconocida de la trashumancia de nuestra Sierra.

María Elisa Sánchez  Sanz, etnógrafa, ya estableció una  clara división de los modelos  arquitectónicos populares más  peculiares de  la región  aragonesa. Dentro de las construcciones agrícolas  y ganaderas incluye  los bancales, las bordas, casetas y refugios, palomares, mosales, salegares y por supuesto los colmenares[31].

No pretendemos analizar con detenimiento los múltiples  factores  que concurren en la compleja actividad de la apicultura. Varios estudios ya han  abordado con  detalle los mecanismos de esta actividad ancestral[32]. Vamos a fijar nuestra atención en los colmenares que  están  dispersos  a lo largo del territorio  de la Comarca de la Sierra de  Albarracín,  como  elementos representativos de  nuestra  arquitectura popular, siguiendo el impulso  iniciado  por otros  autores en esta materia[33].

Por lo tanto nuestra aportación en este  artículo  se limita exclusivamente a realizar un inventario de los colmenares, cuyas características se trasladan a una  sencilla ficha. Seguramente aparecerán noticias  de otros muchos, debido al escaso  tiempo  que  hemos podido emplear en  su búsqueda rastreando la documentación y a través  de  las noticias  que  nos  han  trasladado los informantes a través  de  una  encuesta  realizada  en  cada  municipio a personas conocedoras del  terreno (pastores fundamentalmente). Además  hemos precisado su localización  con las coordenadas UTM, X, Y, a través de cartografía especializada y del SITAR (Sistema de Información Territorial de Aragón).

EL COLMENAR, APIARIO, ARNAL

Una división clara y sencilla de los modelos de colmenares más  representativos de nuestra región  la planteó Félix A. Rivas[34]. Se llama propiamente dicho  colmenar al espacio  generalmente rectangular que  acoge todos los elementos que  integran la explotación colmenera según el caso:  caseta, muro, grada, banquera, hornillo, colmenas… El colmenar o apiario se denomina arnal en el Pirineo, pero  no de forma  exclusiva  porque hemos recogido esta  expresión en  Alcaine (Teruel)[35].  En tierras de  Albarracín  la expresión colmenar es la única  registrada. Pero existen  otros modelos. Por ejemplo los cortines que  se localizan en el norte  de España tienen función defensiva  y son de forma  circular, mientras en Francia tienen planta de herradura[36].

Se localizan en espacios  orientados al mediodía, protegidos a su vez de los vientos del norte  y muy próximos a las fuentes de agua, donde abundan las plantas aromáticas  y en menor medida árboles  frutales,  aunque en algunos de ellos todavía  se conservan almendros y en menor medida acacias.  Allí donde se encuentran se confunden entre  densas  masas  de  carrasca,  un  arbusto muy  atractivo para  las abejas. Por  este  motivo  la mayoría  de  ellos están  situados en  pequeñas oquedades resguardados al abrigo  de  los afloramientos rocosos  (barrancos de  Valdevécar, La Piñola,  La Hoz (Valdecuenca), Los Pajares, Puente Rodilla, Las Colmenas (Albarracín), Cueva Morena en Peña Roya (El Rodeno), Piedra del Pleito (Noguera), La Moricantada  (Ródenas), Colmenar de Tana (Jabaloyas); en repechos con fuerte desnivel (paridera  Las Cabras,  entorno de la fuente la Canaleja  (Ródenas), barranco de Los Terreros,  barranco de  Los Moñigares (Albarracín),  Colmenar de  Tarín (Albarracín-Bezas) o en las laderas  soleadas  de barrancos muy profundos al abrigo  de las corrientes frías de aire: barranco La Piñola (Albarracín),  La Canaleja  (Ródenas), La Cañada (Bronchales).

En ocasiones el colmenar dispone de  una  caseta, ubicada tanto dentro como fuera  del  muro  exterior,  que  tiene  forma  cuadrada o rectangular  a diferencia  de otras zonas del país. Son de reducidas dimensiones, generalmente entre  2 y 3,5 metros  de  anchura por  4/5 metros de  largo.  Sirve como  almacén para  guardar los utensilios  que  se emplean para  manipular y reparar las colmenas deterioradas. En ocasiones disponen de chimenea para  abrigo  del colmenero y de bancada interior para  facilitar las tareas  de reconstrucción y manipulación.

Están construidos con materiales humildes, en ocasiones aplicando los principios de  la técnica  del tapial,  utilizando pequeños bloques o lajas de  piedra  unidos  por barro,  aljez, yeso o cal. La fachada exterior  está  revestida con  yeso (rojo o blanco según la disponibilidad de los materiales que  utilizan las tejerías del entorno) o cal como   aislante   térmico  más  usual. En ocasiones se aprecian las iniciales  del  propietario grabadas en  la madera de  la puerta, como  observamos  en el colmenar de Tarín (Bezas-Albarracín).  El tejado se dispone a dos vertientes.

En el colmenar existen  dos tipos de colmenas protegidas de la intemperie. Las de barro,  vasos, cajas, corchos… que son móviles y los hornos que son celdas de obra fijas.

Vasos,  corchos, arnas, colmenas:   La  denominación  de  las  colmenas adopta  múltiples   variantes según el espacio  geográfico[37].  Las colmenas   (arnas   en   el  Pirineo[38]) son  cajas donde habitan  las abejas que  pueden transportarse de un lugar  a otro.  Se adscribe  su procedencia  a Centro Europa.  Las  hay de   muy   diferentes  modelos  (de forma  cilíndrica,  cuadrada, rectangular) y están  construidas generalmente con  los materiales del  entorno: corcho allí donde abunda el alcornoque (aunque se han prodigado en la Sierra de Albarracín como  consecuencia del intercambio cultural de la trashumancia), mimbre, madera, mediante vaciado  del tronco de  un  árbol  (carrasca, rebollo,  sabina,  en nuestro territorio), o incluso de cerámica cuyo empleo se remonta a época prerromana[39]. En la zona objeto de estudio se han encontrado de corcho, madera, caña  trenzada y metal,  al margen de  las cajas más  modernas. Se depositan en posición  vertical a diferencia  de las arnas  pirenaicas. Algunas de ellas disponen de una  anilla en su parte  superior  para  facilitar su transporte.

Las de caña  trenzada están  recubiertas al exterior  con barro,  arcilla, paja molida o excremento de vaca para  proteger las abejas  del frío. En los extremos llevan una tapa  o piello que  hace  de  cierre.  En el interior  se dispone una  cruceta de  madera. En la parte  inferior lleva una  abertura o piquera por donde salen las abejas.  Suelen colocarse  de forma  vertical sobre  una  losa de piedra, protegidas en su parte  superior por un voladizo  que  impide  la acción  directa  del agua, nieve,  viento…

Hornos, hornillos, armarios, bujo.

Es el modelo más generalizado en la Comarca de la Sierra de Albarracín, porque su sistema  se adapta mejor  a la dureza  del  clima  de  este  territorio. Existen varios modelos: hornillo  aislado,  hornillo  con  banquera (como ya veremos) u  hornillos adosados. Es frecuente encontrar varios  colmenares unidos. Cada  uno  tiene  una puerta de acceso  en el lado opuesto y están   separados por un tabique interior  (Pozondón, Ródenas). Como  excepción en Ródenas se localiza un triple colmenar adosado  que  hemos bautizado como  La Canaleja I, con  un tercer  acceso  desde la parte posterior.

El tejado es a una  vertiente cuando están  recostados sobre  un roquedo o en ladera  y a doble  agua  cuando están  situados en zonas  más llanas. Se utilizan para  su cubrición  vigas o ramas  alargadas  que  unen los muros  laterales  o el muro  frontal con  el roquedo y como  techado se utiliza generalmente pajuzo,  tabla,  bardo o cañizo. Es menos habitual el revoltón (colmenar de Caguetos, Albarracín, colmenar de Pompas, Ródenas) cuyo sistema  constructivo delata  un mayor  potencial económico del propietario.

En el exterior  están  dispuestas las piqueras que  son puntos de acceso  de las abejas a su correspondiente panal.  Las piqueras son  pequeños agujeros realizados  sobre el lienzo de la pared del colmenar que  permiten la entrada de las abejas  por la parte  inferior del panal.  Sus bordes están  protegidos por  pequeños trozos  de teja, losa o laja de piedra  o metal  para  evitar que  la abertura quede obstruida y por otra parte  impedir  la entrada de las alimañas.

El hornillo presenta una puerta lateral de entrada, de pequeñas dimensiones (en la mayoría  de  los casos  apenas llega al metro de  anchura), cuyo  sistema  de  cerradura es muy diverso: con llave, candado o incluso  con  anclaje  antiguo  de madera, y algún  ventanuco lateral o superpuesto a la entrada  para  favorecer  la acción  de  los rayos del sol y la ventilación del interior.

Los hornos,  hornillos, armarios o celdas  son  nichos  construidos generalmente de  yeso o con  lajas de piedra,  que  están  incrustados verticalmente en el interior  de la pared frontal del colmenar, la que está expuesta  a los rayos solares, mientras otros  se sitúan  de forma  horizontal (yaciente) sobre  una especie  de poyo o bancada (Pozondón). La tapa y el marco  exterior  son de  madera para que el colmenero pueda manipular los panales  de miel con facilidad  por el estrecho pasillo interior.

Las  celdas  tienen  unas  dimensiones aproximadas de 40/50 cms. de ancho x 30/35 de alto y una profundidad entre 60/90 cms.  La alacena superior  suele terminar en forma  de  arquillo  para  facilitar el cierre del tejado. El edificio está construido con lajas de piedra  caliza o de rodeno, yeso blanco  o rojo (según la disposición de las tejerías y de los materiales de las proximidades: piedra  caliza, rodeno o arenisca), cal y en algunos casos algez. Sin duda aquellos  que  están  revestidos con  yeso rojo destacan con  gran  belleza  entre el paisaje dominante.

El modelo más común presenta entre  3 y 6 filas  verticales (siguiendo los postulados del mismo  Columela[40]) aunque el módulo más frecuente es el de cuatro filas, por  3, 4, 5, 6, 10,  16 o incluso  24 celdas  horizontales cada  una,  aunque no existe una  uniformidad predominante.

El colmenar con  mayor  número de hornillos  que  hemos localizado  está  situado en el barranco La Cañada (Bronchales). Se totalizan 72 celdas  dispuestas en 3 hileras de 24 cada  una.  El colmenar de Pozondón presenta un armario  de 44 celdas colocadas  en 5 alturas  (de 9, 9, 8, 8 y 10 hileras), a las que  hay que  sumar  las 11 celdas  de  posición  yacente del  colmenar contiguo, el mismo  número que  en  el barranco  de Valdevécar II dispuestos en 4 hileras de 10 más una inferior de otros  cuatro.  Otros  tres  colmenares contienen 40  celdas  dispuestas en  4 filas de  10  (Moricantada, Canaleja  II, y uno  de los tres adosados en Canaleja  I, todos ellos en Ródenas),  mientras el colmenar del Hornillo cerca  de  Monteagudo (expresivo  sin duda su nombre) tiene  16 nichos  horizontales dispuestos en 4 filas que  totalizan 64 celdas,  mientras el hornillo  de  La Canaleja I totaliza  76 pero  corresponden a la suma de 3 colmenares.

La estadística nos indica que no existe un módulo estandarizado de celdas en los colmenares de la Sierra de Albarracín y que  su número se adapta al terreno disponible,  fundamentalmente cuando se disponen en una  cueva  u oquedad, así como a la mayor  o menor abundancia de flora existente en el entorno.

La mayor  concentración de hornillos de la zona  estudiada se localiza en las proximidades de la fuente de La Canaleja  de Ródenas (164  nichos  en tres conjuntos de dos y tres colmenares adosados). Le sigue el complejo de Los Colmenares situados en la carretera de Albarracín-Gea  con  otros  tres hornillos  que  totalizan 104  colmenas, y ya con un número sensiblemente inferior, aproximadamente la mitad, el conjunto  del barranco de  Valdevécar (72)  seguido muy  de  lejos por  el grupo del barranco  La Piñola (52),

Núm.  celdas 16 18 20 21 24 25 27 28 32 36 40 44 64 72
Núm.  colmenares 2 2 3 2 2 1 1 1 1 3 3 2 1 1

El interior  del hornillo  es un  pasillo alargado y muy  estrecho, poco  más  de  un metro de anchura, lo suficiente  para que  el colmenero desarrolle  su trabajo sin obstáculos  y con  el fin de facilitar un ambiente más cálido a las abejas.

El sistema  más  generalizado es el de  armario  u hornillo  vertical,  aunque como excepción los dos  colmenares de  Pozondón presentan dos  versiones  distintas:  un armario  vertical y otro  horizontal, este  último  el único  localizado  de  estas  características.

Destacamos el sistema  constructivo empleado en los colmenares de  Ródenas a base  de piedra  arenisca.  Presentan una  plataforma o base  horizontal de bloques de mampostería de piedras  de rodeno sobre  la que  se asienta  el colmenar. La fachada frontal está revocada con cal blanca  y dividida por un pilar ciego en el centro cuando se trata  de dos colmenares adosados. Las boqueras se habilitan con una especie de pila semicircular  que  sujeta  la pequeña losa que  facilita la entrada de las abejas. La techumbre se cierra con  revoltón entre  vigas de  sabina.  Techado de  teja a una vertiente. Las entradas son  de  puerta de  sabina,  estrechas y bajas  apoyadas sobre un dintel  sólido de sabina.  Un pequeño ventano facilita la entrada de luz y ventilación al habitáculo. El otoño es una  buena época para  su visita rodeados de un espeso  carrascal.

El colmenar de Tana en Jabaloyas rompe con  el modelo generalizado en la Sierra de Albarracín.  El muro  frontal  presenta arcos  ciegos  en la parte  superior  con  el fin de aligerar  el peso  de los bloques de piedra  sobre  los que  descansa la pared. Se conservan restos  de vigas de madera alargadas que  protegían a las colmenas en la banquera. Tal vez quien  lo construyó copió  el formato y sistema  constructivo de los colmenares del norte  del país.

Las banqueras o abejares

El colmenar de obra  que  acoge en su interior  en ocasiones los hornillos protegidos de los efectos  de la intemperie, aparece delimitado en el exterior  con  frecuencia por  un muro  de piedra  de unos  40 cms.  de ancho que  tiene  un perímetro que alcanza  entre  9/14×16 metros (como excepción  el colmenar  de  Tarín,  Bezas, de 29×8,  de 26×14  en Valdevecar I o 21×17,50 del Puente Rodilla) con una  altura  que apenas supera  1,5 metros. Este tipo de construcción se denomina banquera porque tiene  forma  de banco. En el Matarraña se denominan Seti.

Esta construcción está  muy  generalizada en otras  zonas  aragonesas[41] Se utiliza para depositar en su interior los vasos verticales en época de bonanza. Debido  a que están  situados en ladera  el interior  del recinto  alberga varias gradas o terrazas, entre dos y cuatro o incluso  cinco,  que  permiten una  mejor  manipulación de las colmenas. Para aislar las colmenas, el suelo aparece empedrado con losas estrechas de piedra  para  evitar la erosión,  facilitar el acceso  del colmenero y sirve de aislante  para evitar que  la humedad penetre en los vasos.

En zonas del norte  se denomina cortín tal y como  hemos comentado, cuyos muros alcanzan una  elevada  altura  para  defenderse de la acción  de depredadores, incluido  el oso.  En nuestra zona  los enemigos más comunes de las colmenas son las serpientes, el tajugo, el abejaruco, ratones,  zorros y picorrelinchos[42]… Otra  de  los funciones de las banqueras consiste  en dejar expedito el terreno para  el libre vuelo de las abejas.

En Albarracín/Bezas se localiza el colmenar de Tarín, una extraordinaria banquera de forma rectangular que  presenta un perfecto estado de conservación, rodeada por  grandes masas  de pino  de rodeno en una  pequeña ladera.  El muro  que  lo rodea  apenas supera  el metro de altura,  a excepción de la pared de la espalda donde se recuesta que  es más  elevada  por  tener  un acceso  más  fácil. La entrada tiene  un portillo  construido con  palos de madera entrelazados.

Adosado  fuera de su perímetro tiene  un pequeño caseto  sin hornillo  de apenas 3×3,5  para  uso del colmenero. En la puerta de madera están  incrustadas las iniciales del propietario:  E (Eliseo)  T (Tarín).  Presenta tres  gradas muy  bien  construidas con  losas de  rodeno o arenisca,  divididas  en  tres  espacios  atravesados por  cuatro pasillos verticales que  los comunican. Las terrazas  presentan un tejado en forma  de visera que  sobresale sobre  el muro  de  la grada para  proteger la parte  superior  de los vasos. En su interior  todavía  se conservan varios ejemplares de acacias.  Además se hallan dispersos  varios vasos de colmenas de muy diferente tipología: de corcho, de madera y cajas más modernas.

Una  fórmula mixta: Hornillos con  banqueras

Es el modelo más difundido en la Sierra de Albarracín. Dentro del hornillo se disponen las celdas,  mientras al exterior  se colocan las cajas o colmenas en el espacio aterrazado.

En ocasiones dentro del  muro  de  la banquera se localizan  dos  hornillos  independientes como  en el colmenar de La Solanilla o incluso  tres como  en el  colmenar de Navarro  I, ambos en Albarracín.  Este sistema  pretende optimizar la gestión de los colmenares dentro de un mismo  recinto  cerrado, aunque con diferente puerta de  acceso,  pues  a cada  hornillo  le corresponden unas  gradas donde se colocan sus vasos. Es propio de una explotación colmenera de carácter familiar o societaria: padres, hijos, hermanos, tíos, socios…

Unas  pequeñas conclusiones

Los colmenares de la Sierra de Albarracín no son numerosos, apenas se conservan poco  más de una  treintena y la mayoría  están  prácticamente destruidos. Si los comparamos con  otros  espacios  fuera  y dentro de  nuestra región  son  modestos, porque la mayoría  presentan un módulo entre  20-45  celdas,  tal vez porque la flora que  germina está muy dispersa  y requiere instalaciones individualizadas, en ocasiones  adosadas, por  lo que  no  es habitual encontrar concentraciones. Se localizan fundamentalmente en los alrededores de la ciudad de Albarracín.

También es debido a que  los colmeneros se inclinaron más por las cajas móviles en función  de su estrecho conocimiento de las prácticas propias  del ejercicio de la trashumancia. La movilidad  de las colmenas permitía trasladarlas a lugares  óptimos para  desarrollar  la apicultura y de esta manera se alcanzaba una  mayor  producción melífera,  aunque eso supone un mayor  esfuerzo  (la producción de miel de un hornillo depende exclusivamente de una buena temporada de flora, sin margen de maniobra). Además no requería trabajos de mantenimiento (reparación de fachada, tejado, nichos,  saneamiento del entorno, rehabilitación y sustitución de colmenas deterioradas…). Bastaba con habilitar  un fácil acceso  para que las caballerías  pudiesen cargar  los vasos sin obstáculos. Sin duda la ancestral práctica trashumante contribuyó  al desarrollo  de la actividad colmenera.

La mayoría  de ellos están  situados en cotas  por debajo de los 1.300 metros. Como  excepción destacamos el colmenar de Noguera que  se localiza a 1.450 metros y el de la masía El Endrinal a 1.400 mts.  A partir de esa altitud  el clima se torna  extremo y no es propicio  para  el hábitat de las abejas.

Existieron otros tipos de colmenares de carácter doméstico que tuvieron  un gran predicamento en la Sierra de Albarracín, de los que apenas quedan vestigios porque utilizaban  materiales  perecederos. Nos referimos  a los que  estaban situados  al lado de las viviendas o a aquellos  cobertizos de menor entidad que apenas acogían a una docena de vasos y estaban diseminados próximos  a los campos de cultivo. Por múltiples  causas  este  modelo fracasó:  la emigración, la implantación de  las colmenas móviles,  las nuevas  políticas  restrictivas  en  materia forestal…    El modelo predominante que  se conserva es mixto:  hornillo  con  banquera, aunque existe una  amplia variedad de situaciones y combinaciones:

  • Colmenar rupestre sobre pared rocosa
  • Colmenar rupestre en cueva
  • Hornillo sin banquera
  • Hornillo con banquera sobre  roquedo
  • Hornillo con banquera en ladera
  • Hornillos adosados sin banquera
  • Hornillos adosados con banquera doble
  • Hornillos adosados con banquera triple
  • Hornillo en cueva de tipo  rupestre con  banquera
  • Hornillo en cueva de tipo  rupestre sin banquera
  • Banquera con caseto  fuera o dentro de la misma  pero  sin hornillo
  • Banquera con dos hornillos  sin adosar  en ladera

Su estado de conservación, como  ya adelantamos, está próximo a una total destrucción porque hace  décadas que  dejaron de utilizarse.  No obstante algunos colmenares todavía  pueden reconstruirse.  Al margen de  la excepcional  banquera de Tarín de  Bezas, los colmenares identificados como  Navarro  I, el del puente Rodilla donde se inicia el barranco de  La Piñola,  el de  Pozondón, así como  los cuatro de Ródenas, Valdevécar II y IV y el del Hornillo todavía  pueden recuperarse con una acción urgente, que  no supondría un elevado  desembolso pues  en algunos de los casos bastaría  con  arreglar  el techado.

Ocultos  entre  espesos  carrascales  o simulando pequeñas fortificaciones  árabes, como  el colmenar del barranco de La Piñola, sin duda los hornillos  revocados con yeso rojo forman  parte  del espectacular paisaje cultural   que nos han legado los colmeneros. Su impronta ha quedado plasmada en la sabiduría  popular. Iniciativas como  la de la Comunidad de Madrid  que  ha creado una  ruta  cultural  y didáctica denominada “La senda  de la abeja”  en Gargantilla de Losilla, son respuestas claras y decididas para  recuperar nuestra arquitectura popular.

Colmenares benditos,
santos abejares,
dais miel a los hombres
y cera a los altares.

Si quieres sacar colmenas,
sácalas por las Candelas
y si quieres miel,
sácala por San Miguel.

LOCALIZACIÓN DE LOS COLMENARES EN LA SIERRA DE ALBARRACÍN

Arquitectura popular en la Comarca de la Sierra de Albarracín: Localización de los colmenares

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NOTAS

[1] Agradecimientos: Valeriano Sáez Lorenzo y Daniel Martínez  Lorenzo (Albarracín), José Miguel Polo (Bronchales) Marcelino  López Pérez y Francisco  Juan Fernández  (Pozondón), Carlos Muñoz  Julián (Ródenas), Arturo Marco  Benedicto (Valdecuenca), Saturnino Benedito Pérez y Andrés Laorden Esteban (Tramacastilla), Santos Valero Lacueva y Bernardo  García (Noguera), Lucas Martínez  (Calomarde), Andrés Conejos Blasco (Rubiales), Rufino Pérez Martínez  (Moscardón), los hermanos Eduardo y Saturnino Sánchez  Marco (Saldón), Fortunato Rodríguez Lázaro (Jabaloyas), Miguel Jiménez Puerto y Sergio Delgado (Torres), Pascual Pérez Vicente y Julián Sánchez  Villalba (Bezas), los hermanos Antonio,  Basilio y Elías Domínguez Pérez (masía El Perduto).

[2] CARMONA RUIZ, María Antonia,  “La apicultura sevillana a fines de la Edad Media”,  Revista Española de Estudios Agrosociales y Pesqueros, núm. 185  (1999), pág.  131.

[3] SANCHEZ VILLALBA, Julián, Trabajos en el medio rural I. Ganadería, apicultura y afines, Bezas, núm. 4, Navarro y Navarro,  Impresores, Zaragoza, 2011, pág.  6.

[4] Así se expresa en la carta de donación fechada el 28 de enero  de 1508. Mosen  Pedro Tobía, beneficiado del cabildo  de Albarracín,  entrega a Francisco  Bines, alcaide  de las fortalezas  de Albarracín,  un huerto situado en la Vega de Albarracín con  cargo  de 7 libras de cera.  (A. [Archivo] M. [Municipal]  G. [Gea], Sección III-1, 23, fols. 1-2).

[5] RODRIGO  ESTEVAN,  M. L.,  Testamentos medievales aragoneses.  Ritos y actitudes ante  la muerte  (siglo XV), Ediciones, 94, Zaragoza, 2002, pp.  134-138

[6] HERRERO GARCIA, Félix, Lo que Vd debe saber sobre: las abejas y la miel, Cartilla de  Divulgación, 16, Caja España, León, 2004, pág.  53.

[7] ANTILLON, Isidoro de, Cartas sobre el Partido de Albarracín, El Memorial  Literario, noviembre de 1797, reed.  CECAL, edición  de José Luís Castán  Esteban, [Teruel, 2006], pp.  280  y 356.

[8] GALINDO GARCIA, Francisco,  “La cabaña ideal en la sierra de  Albarracín”,  primera parte, Teruel, 11, (Teruel, 1954), pág.  157.

[9]  Según el reportaje reciente de Diario de Teruel de 25 de febrero de 2014.

[10] Suma de fueros de las ciudades de Santa  María de Albarracín y de Teruel, de las comunidades de las aldeas de dichas ciudades y de la villa de Mosqueruela, et de otras villas convezinas, Juan Pastor,  editor, Valencia,  en  la imprenta de  Jorge Castilla, 1531, edición  crítica de  José Luis Castán  Esteban, IET, [Teruel, 2010], pp.  182-183. RODRIGO ESTEVAN, María Luz, “Hombres, paisaje y recursos  naturales en la legislación  foral  aragonesa (siglos  XI-XIII)”, II  Encuentro de  Historia y Medio Ambiente, Sabio,  A. (coord.), (Huesca,  24-26  de octubre de 2001), p. 286.

[11] SÁNCHEZ BELDA, Antonio,  “Trashumancia y razas ganaderas”, En Martín  Casas, J. (coord.), Las vías pecuarias del Reino de España: un patrimonio natural y cultural europeo, Ministerio  de  Medio  Ambiente, (Madrid, 2003), pp.  227-228.

[12] 12 LEMEUNIER, G., “Viajes de abejas.  La trashumancia apícola  en la Cataluña Norte, siglo XIX”, en Castán Esteban, J. L. y Serrano  Lacarra, C., La trashumancia en la España Mediterránea. Historia, Antropología, Medio Natural, Desarrollo Rural, CEDDAR, Zaragoza, 2004, pp.  387-404.

[13] SESMA MUÑOZ, José Ángel, La Diputación del Reino de Aragón en la época de Fernando II (1479-1516), IFC, Zaragoza, 1977, pág.  110.  En 1442  se prohibió su aplicación (ASSO, Ignacio de,  Historia de la economía política de Aragón. Reimpresión, prólogo e índices de J. M. Casas Torres, Guara  Editorial, [Zaragoza, 1983], pág.  251).

[14] 14 Guy Lemeunier sostiene que  la apicultura pastoral ha tenido un mayor  desarrollo  al sur de los Pirineos en zonas  de altitud  media  por las menores dificultades que  se presentan a su transporte: vid. “Viajes de abejas…”, págs.  394,  399  y 402.  La importancia de su implantación ha sido resaltada en otras áreas: El Libro de la pecha de Castellón  de 1389  documenta 372 colmenas: SANCHEZ ADELL, José, “Datos  para la historia  de  la trashumancia ganadera castellonense en la Baja Edad Media”,  I Congreso de Historia del País Valenciano, II, (Valencia, 1973), pp.  824.  DEL CASTILLO  OCAÑA, C. A., “Las colmenas. Un tipo de aprovechamiento de la Sierra Morena”, en Actas del II Congreso de Historia de Andalucía, II, (Córdoba 1994), pp.  247-260.

[15] En una  carta  de  partición de  bienes  fechada en  Albarracín  el 24  de  diciembre de  1502, Elvira Sánchez  Rodilla deja  a sus hijos Juan y Catalina,  los escasos  pedazos de  terreno que  poseía:  a Juan le corresponden la pieza  de  La  Vega (de  Albarracín)  y el colmenar; a  su  hija  Catalina  La  Viña y 250  ss. (A.M.Gea, Sección  III-1, 15, fols. 36-37). En el apeo  (1344) de una  de las piezas situadas  en Torres propiedad del Monasterio de Piedra se cita el colmenar.

[16] DEL CASTILLO OCAÑA, C. A., “Los aprovechamientos pastoriles  en la frontera granadina”, Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492), Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, 1988, pág.  278.

[17] A.M.Gea, Sección  III-I, 25, fol. 12v.

[18] Un documento expedido el 30 de enero  de 1424  establece una  carta  de deudo a favor de Pero Ortiz por parte  de Mafomat Catín,  Yaye Ezquierdo, hijo de Mafomat Tapiador  y Alí Ferrero por 10 arrobas de cera por importe de 37,5  florines, (A. [Archivo] H. [Histórico]P. [Provincial] T. [Teruel], Sección  13/4, fols. 55-55v).

[19] APARICI MARTI, Jaime, “De la apicultura a la obtención de  cera:  las otras  manufacturas medievales de Segorbe y Castelló”,  Millars. Espai i Historia, 22, (1999), pp.  31-49. CORDOBA  DE LA LLAVE, Ricardo, “La candelaria. Un oficio medieval. Apicultura  y trabajo de la cera en la Córdoba del siglo XV”, Congreso de jóvenes historiadores y geógrafos: actas I: [celebrado en la Facultad  de Geografía  e Historia de la Universidad  Complutense de Madrid  del 12 al 16 de diciembre de 1988], Vol. 1, 1990, pp.  777-790.

[20] A.M.Gea, Sección  III-1, 2, fols. 13v/14.

[21] A.M.Gea, Sección  III-I, 10, fols. 37-38  y 59-59v.

[22] A.M.Gea, Sección  III-I, 10, fols. 9-9v.

[23] Este es el caso de la querella  que  presentó Habez  el 8 de junio de 1502  ante  la corte  del juez contra Gascón  y la Cancha, pues  había  reconocido ciertas  colmenas de su propiedad. (A.M.Gea, Sección  III-II, 82, fol. 1).

[24] SANCHEZ VILLALBA, Julián, Trabajos en el medio rural I. Ganadería, apicultura y afines, núm. 4…, 2011, pp.  5-8.

[25] Tratado Breve de la Cultivación y Cura de las Colmenas. Ordenanzas  de Colmenería de la Ciudad de Sevilla y su Tierra, Luis Méndez de Torres; José Ramón Guzmán Álvarez (ed.  lit.), Junta de Andalucía,  Consejería de  Agricultura  y Pesca,  2006. Las ordenanzas  de colmeneros del concejo de Córdoba (siglos XV-XVIII),  Patricio Hidalgo  Nuchera, F. Padilla Álvarez, Editores: Córdoba: Ayuntamiento de  Córdoba, Departamento de Cultura,  1998.

[26] DÍAZ LÓPEZ, Julián Pablo,  “La fiscalidad concejil sobre  los abejares  trashumantes en la Tierra de Vera (Almería) durante la época morisca”,   Tiempos modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, Vol. 6, Nº. 16, 2008.

[27] PALLARES JIMENEZ, Miguel Ángel, “Un gremio de apicultores en los siglos XVII y XVIII: La cofradía  de Abejeros de  Santa  Ana de  Tauste”,  Jornadas de Estudios sobre las Cinco Villas (4ª, 1988, Sos del Rey Católico), [Ejea de Los Caballeros, 1990], pp.  45-66. BLASCO SANCHEZ, Jesús, “Fundación del Consejo  de Mesta  de Ganaderos y Colmeneros de Ateca (1664)”, Temática Atecana (1997-2007), 11 edición  especial, Ateca, 2011, pp.  309-227.

[28] JAIME LORÉN, José M. de y JAIME GÓMEZ, José de, “Jaime Gil (Magallón, 1585): autor  de uno de los libros más importantes de la historia de la apicultura española”, Cuaderno de Estudios Borjanos, núms. 43-44, (Borja, Zaragoza), 2000-2001, pp.  137-184.

[29] JAIME  LOREN,  José  M. de,”Sobre la primicia  hispana  en  cuanto a los envíos  de  abejas  europeas a América”,  Llull: Revista de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, vol. 26, núm. 56, 2003, págs.  595-612.

[30] Apicultura ó Tratado de las abejas y sus labores: de las colmenas, colmenar y colmenero: de los enemigos de las abejas y de las enfermedades  que estas padecen,  Ignacio Redondo, Valencia, Librerías “París-Valencia”, 1999.

[31] “Recorrido  por  la arquitectura  vernácula  de  Aragón.  Tipologías  y símbolos”,  Sukil,  4,  (Pamplona, 2004), pp.  421-438

[32] JAIME LORÉN, José M. de  y JAIME GÓMEZ, José de,  “Variaciones de  etnología colmenera”, Cuadernos del Baile San Roque, 12, (Calamocha, 1999), pp.  47-94.

[33] CHEVET, Robert y Félix Antonio  RIVAS, Apuntes  sobre la apicultura tradicional en Aragón. Diputación Provincial de Zaragoza. Zaragoza. 2008. DE JAIME GÓMEZ, J. y DE JAIME LORÉN, J. M., Aproximación a la historia de la apicultura aragonesa.  Ed. Gobierno de  Aragón.  Zaragoza, 2004. DE JAIME GÓMEZ, J. y DE JAIME LORÉN, J. M., Historia de la apicultura española. Desde los orígenes hasta  1492, vol. 1, Ed. de los autores. Calamocha, 2001. DE JAIME GÓMEZ, J. y DE JAIME LORÉN, J. M., Historia de la apicultura española. Desde 1492  hasta 1808. vol. 2,  Ed. de los autores. Calamocha, 2002.

[34] RIVAS, Félix A.,  “Arnales, banqueras y abejares”, La magia de viajar por Aragón, 5, (Zaragoza, 2005), pp.  18-25.

[35] Alcaine.blogia.com. En esta página de marzo  de 2008  se incluye un artículo  muy interesante titulado: los arnales de Alcaine: unas construcciones singulares de Teruel

[36] DIAZ  Y OTERO, Ernesto, y NAVES CIENFUEGOS, Francisco  Javier, “Los colmenares tradicionales del noroeste de España”, Acafa, núm. 3, 2010, págs.  8-22.

[37] TORRES MONTES, Francisco,  “De los nombres de la casa de las abejas  (estudio de dos de sus términos),  Actas del XXXVII Simposio Internacional de la Sociedad Española de Lingüística (SEL), editadas por Inés Olza Moreno, Manuel  Casado  Velarde y Ramón González  Ruiz, Departamento de Lingüística hispánica y Lenguas modernas. Pamplona, Servicio de  Publicaciones de  la Universidad  de  Navarra,  2008.

[38] Vid. los artículos  de  CHEVET, R. y B., “El arna  aragonesa: una  apicultura multimilenaria en España”, Serrablo, núms. 68-69-70-71-72-73-74-76-79. PALLARUELO, Severino, “Arnales”, Revista del Centro de Estudios del Sobrarbe, núm. 2, 1996, pp.  37-45. RIVAS GONZÁLEZ, Félix A., “Arnales, banqueras y abejares”…, pp.  18-25.

[39] ROBERTO  DE ALMEIDA, Rui, MORÍN DE PABLOS,  Jorge, “Colmenas cerámicas en  el territorio  de Segóbriga. Nuevos  datos  para  la apicultura en época romana en Hispania”,  Cerámicas hispano-romanas II: producciones regionales, (coord. por Darío Bernal Casasola,  Albert Ribera i Lacomba), 2012, págs.  725 774. MORENO MARTIN, Andrea,  HURTADO MULLOR, Tomás,  FUENTES ALBERO, María de  las Mercedes,   “Nuevas   aportaciones  al  estudio  de   la  apicultura  en   época  ibérica”,   Recerques  del  Museu d’Alcoi, núm.  13, 2004  , págs.  181-200. MATA PARREÑO, Consuelo, BONETE ROSADO, Helena,  “Testimonios  de apicultura en época ibérica”,  Verdolay: Revista del Museo Arqueológico de Murcia, Homenaje a la Dra. Dª Ana María Muñoz  Amilibia, núm. 7, 1995, págs.  277-285.

[40] “Es suficiente  que  haya tres filas de colmenas colocadas las unas  más arriba de las otras,  pues  aun  en este caso registra  el colmenero con poca  comodidad las de la fila superior…”, en Los doce libros de agricultura que escribió en latín Lucio Junio Moderato Columela traducidos al castellano por D. Juan María Álvarez de Sotomayor y Rubio, tomo II, comprende los últimos  cinco libros, Madrid,  1824, imprenta de D. Miguel de Burgos,  libro IX, fol. 53.

[41] RIVAS GONZALEZ, Félix A., “Arnales, banqueras y abejares”…, pp.  18-25. EDO HERNÁNDEZ, Pilar, “La arquitectura popular de los abejares  y colmenares en Bañón (Teruel)”, Cuadernos del Baile San Roque, 26, (Calamocha, 2013), pp.  43-54. RIVAS, Félix A. “La apicultura tradicional en Cerveruela”, El Acere,  6 (2007).  Robert Chevet, “Apicultura  tradicional en los alrededores de Borja” Cuadernos de estudios borjanos, Nº 48,  2005, págs.  271-298. CHEVET, R., “Les ruchers  bâtis  de  Castejón de  Monegros: description  des  sites », Les cahiers d Apistoria, 2010, “Abejares  en  el Bajo Gállego”,  página web El Retabillo de Carlos Urzainqui  Biel.

[42] SANCHEZ VILLALBA, Julián, Trabajos en el medio rural I. Ganadería, apicultura y afines, núm. 4…, 2011, pág.

ILUSTRACIONES

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Autor: Manuel Matas

Miembro de la Junta Directiva de CECAL

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